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«El Anticristo me salvó la vida» por Cruz de Piedra


«Agradecido por cada amigo que en lugar de irse se quiso quedar. Por la familia. La vida misma. Que me dió otra oportunidad»

Saludos, soy un hombre. Una persona. Un adulto. Nací y fui en Buenos Aires en la década de
los 90. El parto en el que fui engendrado fue muy difícil. Desde que existo físicamente convivo
con una neurodiversidad: trastorno por déficit atencional con impulsividad y brotes
epilépticos. Todo eso, hasta los 24 años, me permitió funcionar: hice una carrera universitaria,
escribí papers en revistas internacionales, fui docente de la facultad con relación de
dependencia. Y había logrado mis sueños: comencé a trabajar a los 14 años de mi oficio. El
periodismo. Luego, mi condición neurodegenerativa se empezó a complicar. El joven brillante
comenzo a no poder decidir si hacer o no algo más que por pulsiones. Ninguna medicación
lograba solucionarlo. Lo agrababa. Recién al los 29 dieron con la pastilla acertada: un
neurotrofico que democratiza la dopamina con la de la mayoría de las personas. Ahí sentí que
podía ser completamente yo. Y pude empezar a ser libre.

A finales de mis veinte años, cuando la profecía de la propaganda yanqui determina que se
debe morir, acepté el convite de una persona con la que tenía relación. A los minutos después
de consumir, me desmaye. Estaba en una ensoñación hasta el amanecer siguiente, con suero,
en terapia. Estaba internado por vez primera. Tras el accidente cerebral y vascular que tuve,
estuve sin poder hablar durante dos semanas y media. Escuchaba todo. Pensaba. Las funciones
motoras eran soportables. Ese tiempo de silencio, como un monje trapense, escuché la radio.
Y otros hablaban por mi. Por telepatía, sentía, podía percibir lo que estaban por decir.

Me costó volver a hablar. Meses después de ese retiro espiritual, al recuperarme de modo
visible (aunque mi lóbulo frontal se modificó para siempre y muchas veces no puedo pensar lo
que digo de manera natural. Vivo en honestidad brutal y actuó por olfato e intuición periodística, por empatía o por táctica de guerra. Siento, seguido, que mi vida está en riesgo. Debo, si no tengo confianza con alguien, pensar tres veces antes de escribir o emitir palabra. Pude lograrlo tras dos años de medicación en el 99% de los casos . Trabajo 24 horas por día para ganarle a la biología y a veces lo logro. Sin la química ese esfuerzo era imposible. Ese colchón asegura mi estabilidad. El drama es interno. No tiene efectos sobre acciones más que fumar tres atados de cigarrillos diarios. Desde el acv,.cuando
chateo con alguien de confianza soy intenso.), concluí
ese vínculo y, por otro lado, me quedé desocupado. Al recuperar mi posibilidad de
comunicarme con los demás , perdí mis trabajos dónde había necesitado licencia. En un
segundo me fue comunicado.

Físicamente recuperado, cai en depresión grave. Dejé los tratamientos. Me odié. Jamás sentí
que aquella persona fuera responsable por haberme invitado a aspirar aquella droga, si no una
culpa constante por haber aceptado. Sentí desprecio por la vida. Me junte con alguien que
consumia y, por segunda vez, quede internado. Una sola dosis bastó para que se desencadene
un ataque epiléptico. Al haber nacido con una personalidad muy mental, las convulsiones son
episodios maníacos de bipolaridad de mucha autodestrucción. Solo de niño esa epilepsia se
manifestó físicamente. Es una electricidad cerebral, un tsunami, dónde no podia frenarme. En
la segunda internación, en cuidados especiales de una clínica, la recuperación fue más
prolongada. Seis meses internado entre lo ambulatorio y lo institucional. Con vergüenza hacia
lo que soy.

En una noche, desarrollando resistencia a los somniferos, escuché por radio la voz de alguien que me
habló de Dios. Crei que algo me iba a salvar. Me arrodille. Me entregué a algo que siempre
supe que no existe tal como lo conocemos. Me entregué. Eso no implicó cambios en mis
opiniones de asuntos terrenales. Pero ayudó al proceso de recuperación y al poco tiempo se
descubrió la medicación que puede mantenerme funcional y útil. No escuché voces, no tuve
apariciones, no fui a mega iglesias. Fue sentir que podía confiar que esté todo bien o este todo
mal, podía de a ratos no sentir culpa.

Aún hoy siento desprecio por mi, que trabajo en terapia, por haber acabado asi. Pero cada vez
más raros en el día triunfa el bien: dejo de castigarme. Y me considero valioso. No le temo a
morir. Si no a perder esa paz que me da algo ficcional como la idea de Dios. Suponiendo que
no existe nada, que no hay sentido vital real, que nacimos de casualidad y por casualidad, que
haber sido buena persona jamás me sirvio, doliendome el mundo, la ilusión de lo que no
puedo ver me hace mejor. Y cada día lo agradezco. Lo natural es que este debajo de las flores.

Por último, soy fervoroso creyente de la voluntad de poder . Son episodios que no narro. Porque no me gustó jamás generar lastima. Ni piedad. El sentido de esta columna es reivindicar la utilidad del pensamiento de Nietzsche. Uno, al conocer su sombra, puede superar sus límites.

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